Hace algún tiempo atrás un amigo se vio
envuelto en un caso de corrupción. Grave, por cierto; no obstante fueron solo
rumores y nada de pruebas.
Se dijo, por ese entonces, que personas allegadas a
él, mediante maniobras de distracción, introducían bolitas de porcelanas
(canicas, para los más chicos que están globalizados) a la ciudad sin
formalizar la documentación pertinente ante el organismo de contralor; más
sencillo, las metían de contrabando. Se dijo, también, que él, sabiendo de estas
maniobras, hacía la vista gorda (nunca entendí que es una vista gorda) y que
habría un video que lo compromete. Sus detractores dijeron que no iban a hacer
ninguna denuncia ante la justicia porque aquella responde a mí amigo –o al grupo económico para el que trabaja- y
amenazaron con hacer público el video para que la sociedad toda supiera qué
clase de bolita maníaco es.
Nunca se supo si mi amigo se había o no corrompido.
Nunca hubo denuncia judicial ni se mostró el famoso video.
Esa circunstancia de antaño me llevó a reflexionar
este fin de semana y como el blog es mío y yo no soy el General y, por ende, no
me cortaron las manos; ni tampoco soy Maradona para que me corten las piernas –
aunque aún así podría seguir escribiendo porque tampoco soy Mi Pie Izquierdo,
Dios no lo permita-, con mi pluma incisiva voy a sacar algunas conclusiones.
Voy a recurrir a mi
formación intelectual y voy a sacar la chapa de Profesor Emérito de la UniversidadEcléctica de Bombal.
Toda sociedad puede
dividirse en sujetos sociales radicalizados y sujetos sociales noradicalizados.
Un sujeto social
radicalizado se encuentra, se entiende con su par, en la acción de radicalización.
No necesita de un discurso. El idioma es el mismo. Tienen la suerte de
reconocerse en el apocalipsis institucional.
Por su parte, los
sujetos sociales no radicalizados sufren la desgracia de tener que relacionarse
a través de las instituciones, con todo lo que esto significa. Un sujeto no
radicalizado tiene que hacer el esfuerzo de entender a su par a través de las
instituciones y, a través de las mismas, yuxtaponer ideas y construir un
discurso civilizado y racional. Tarea dura si las hay (miércoles, les dije que
iba a recurrir a mi formación intelectual).
La acción de los
radicalizados es simple, sencilla: quién en alguna oportunidad no quiso
destruir las instituciones; quién alguna vez no tuvo la idea de que las cosas
se pueden hacer por fuera de las instituciones. Entonces, para destruirlas no
hace falta poner una bomba o generar una violenta revolución que derive
en el cambio pregonado. Basta, simplemente, con el menosprecio a través del monólogo
o con la utilización de los medios de comunicación para erosionar el prestigio.
De esta manera, el sujeto social radicalizado va horadando el inconsciente colectivo
hasta el punto de impregnar con su megalomanía un ideario de destrucción,
desconocimiento y anarquía institucional (chupate esa mandarina).
El arma que utiliza el
sujeto social radicalizado es la mediatización de su monólogo. No posee
discurso porque no posee una construcción racional de su intelecto. Su juego es
mediatizar su voz y descargar una batería de sandeces con la intencionalidad de
gestionar los resquicios de la ignorancia y apelar a la reacción del instinto
(tomate esta).
A propósito y a
contrario de lo que todos creemos, etimológicamente mediatizar proviene de mediato e izar y significa: “privar al gobierno de un Estado de su autoridad
suprema, que pasa a otro Estado, pero conservando aquel la soberanía nominal”;
o también “intervenir dificultando o impidiendo la libertad de acción de una
persona o institución en el ejercicio de sus actividades o funciones.”
Pensar que cuando se
utilizan los medios de comunicación en lugar de recurrir a la justicia para
hacer una denuncia decimos que “se mediatizó el tema”. ¿Qué coincidencia, no?
¿Será que algunos
medios ayudan a desestabilizar o son utilizados a tal fin? Las brujas no
existen, pero que las hay las hay.
Por eso, amigas,
amigos, no nos dejemos confundir con el discurso de los medios hegemónicos (los
que conocemos a este muchacho de la historia sabemos que nunca le gustaron las bolitas de
porcelana: para él la pulenta fue siempre la de vidrio pintado.
Hasta la próxima.
A los periodistas solo podemos combatirlos con filosofistas.
ResponderEliminarPero solamente a aquellos que ademas son sofistas
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