El gringo Tornich
La
noticia saltó anoche en radio, te cuento. Y como todas las noticias con un
trasfondo escabroso, se extendió rápidamente por todos los ámbitos futboleros y
no futboleros, ávidos estos últimos de escándalos con los que dañar la ya de
por sí dañada imagen de un deporte que cada vez tiene menos de deporte y más de
negocio. Parece, te digo, que el afamado centre forward del arrollador San
Palomino de Laverni -equipo que disputara 17 veces la final de copa sin ganarla
nunca- el gringo Tornich, ¿te acordás?, fue denunciado ante el Fiscal de turno
por falsedad ideológica de documento público. Si se comprueba el delito, el
gringo Tornich, sufriría la máxima sanción penal. Ahora, como hay gente mala, y
vos sabés que sí las hay, ya empezó la carroña y la prensa mal intencionada,
ávida de escándalos, ya está diciendo que esto es una cortina de humo para
tapar otros problemas del San Palomino, ya que toda vez que al gringo se le dio
un penal, el solito se encargó de malograrlo.
Escuchá
bien, que te cuento. Cuando el gringo llegó al clú hace algunos años atrás, inmediatamente
todos supimos que era un jugador que prometía: prometía jugar el fin de semana,
prometía ir a los entrenamientos, prometía bañarse. Lo que nunca nos imaginamos
o tal vez no quisimos ver, obnubilados por su endiablada gambeta inconducente
que le acarreaba los insultos de la tribuna, es que tan lejos podía llegar. Y
fue bastante, te digo: es el centre forward que más off side le han cobrado en
la historia del clú.
Yo
se que se le puede criticar su extravagancia en el juego, que más de una vez
nos ha dejado perplejos en el tablón al no encontrar insulto que comprendiera
su accionar; como aquella vez –te acordás- que se fracturó el mentón al
arrojarse en palomita tras un centro al rastrón del wing derecho. Pero ¡ojo!, nunca,
nadie, podrá negar que es un jugador de los que le gusta a la barra; que es un
tipo siempre atento a las sugerencias que los muchachos le hacíamos y que siempre
estuvo dispuesto a colaborar con el sostenimiento económico del grupo que seguimos
al clú a donde fuera.
El
gringo Tornich tiene esas cosas. Vos sabés. De a momentos balancea su cintura,
de un lado al otro, cruza su pierna derecha de adentro hacia fuera por encima
del esférico y sale jugando por el lado contrario al que había amagado,
desprendiendo virutas de césped y generando el clamor de las gargantas
apasionadas en ese grito de guerra futbolístico que es el ¡ooolee!; para
después comprarse todos los boletos a la concha de su madre porque el tarado se
enreda con la pelota y cae simulando ser un bicho bolita que rueda hasta los
confines de la vergüenza. El gringo Tornich tiene esas cosas; no me lo niegues.
Ahora,
nunca, jamás, vamos a permitir que lo traten de delincuente. No vamos a negar,
tampoco, que robó algunos años en el clú. Pero que jugador de su trayectoria no
lo hace. Tampoco nos rasguemos las vestiduras, cuando Lothar Matthäus terminó
jugando de zaguero central para facturar unos años más. Decí cualquier cosa,
menos que el gringo Tornich sea un delincuente.
Ahora
viene la cosa, y por eso te digo que la prensa es mal intencionada. Su
desgracia empezó cuando a Yuseppe Portaluppi, presidente del clú, viste, se le
ocurrió la genial idea de que la voz del estadio leyera, antes de cada match,
la formación inicial del equipo, el 11 inicial como dicen ahora. La intención
de Yuseppe era que el público, rebosante de alegría, aplaudiera y ovacionara
uno por uno a los gladiadores del San Palomino de Laverni. Nunca imaginó –o sí,
no sé- que estaba cavando la tumba al gringo Tornich, que con su lectura de la
formación abría las puertas del cadalso para este nueve generador de odios y
amores.
Así
comenzó su derrotero que lo llevaría hasta el perchero del vestuario y, ahí,
colgar sus botines como insignia de la derrota.
Aquel
día fatídico la voz del estadio cumplió su mandato. “Estos son los 11 jugadores
que enfrentarán al Deportivo Buen Orden” y lanzó como ráfaga los 11 apellidos:
“Giardanelli, Sabatella, Peppino el payaso y Croccianelli; Daponte Guidi y
Nacionale; Giuliano, Tessandori, Mastrogiussepe y el gringo Tornich”. Las
ovaciones callaron súbitamente. El silencio se hizo espeso hasta que una spika,
con sus pilas incluidas, pegó de lleno en el rostro del gringo Tornich y lo
dejó tirado en el verde césped con los brazos extendidos en cruz; aturdido más
por la voz del relator que seguía saliendo de la radio que por el golpe. Y el
desastre se desencadenó en la popular. No hubo forma de pararlo. Y no era para
menos, te digo.
De
golpe se cubrió el cielo con una lluvia de piedras, cascotes, te diría, que
caían en el rectángulo deportivo. Y la lluvia, viste que si es de verano, es
traicionera; se transformó en tormenta y se empezaron a mezclar con las piedras
los cilindros de rollos de papel de la máquina calculadora, algunos para
avalanchas y el petiso Gómez que fue usado como lanza (sabés que al petiso, por
su flexibilidad, siempre lo utilizamos como objeto de arroje. Además, años en
esta práctica, le dieron la habilidad de direccionar su vuelo hacia el objetivo
aunque este zigzagueara en la huida).
Y
bueno. La bataola ya estaba en marcha y como hacés para parar a la masa cuando
está enardecida. Ni la montada la para. Ahora, de verdad verdadera y siendo
sincero, habría que matarlo a ese hijoputa. No nos podía hacer esto. Mirá que
le perdonamos toda, pero esto no. Lo perdonamos aquella vez que solito en el
área chica, arco desguarnecido, le pegó andá saber con qué, con el talón, no
sé, y la tiró por arriba del horizontal, dejándonos con la ilusión de otro
campeonato que se nos escapaba. ¡Eso le perdonamos! Pero esto, jamás. Es que,
cuando se dio la formación del equipo, ahí caímos todos en la cuenta. Escuchá,
escuchá: “Giardanelli, Sabatella, Peppino
y Croccianelli; Daponte Guidi y Nacionale; Giuliano, Tessandori,
Mastrogiussepe y el gringo Tornich.” ¡¿Te das cuenta?! Ahí nos dimos cuenta. El
gringo no es gringo, es austríaco. Claro, la emoción porque el clú compraba al
gringo Tornich, que venía de Sporting Bombal, no nos dejó ver que en el campo
le dicen gringo a todo extranjero que habla otro idioma distinto al castellano
y sus papás venían de Friesach, un pueblito al sur de Austria. El gringo, que
es austríaco, deshonraba la memoria de los fundadores del clú que querían un
equipo de la comunidad italiana, y no de gringos truchos.
Todo
fue de mal en peor. Viste que toda gresca nos iguala, nos emparenta; en el
medio de la belicosidad no hay clases sociales ni ideología (ves, esto es algo
que la sociología debería analizar), somos todos uno unidos por el blanco
elegido. Pero bueno, cuando la solidaridad es ficticia no pasa mucho tiempo
para que se rompa. Como toda alianza forzada, en la popular comenzaron a
aparecer voces disidentes, manos disidentes, diría yo, que dejaron de arrojar
objetos y petisos contra la humanidad del gringo Tornich –que para esa altura
sangraba por los cuatro puntos cardinales producto de la certera puntería de
los muchachos- y trajeron sobre tablas viejos odios y rencores entre las dos
facciones de la hinchada.
Dos
muertos y 43 detenidos, todos del lado del bando del gordo Gianfranco. Entre
los detenidos está el gordo y de esta seguro que no zafa; yo le calculo entre
quince o veinte que le bajan. Y bueno, en el fondo, hay que agradecerle al
gringo Tornich, porque si no hubiera sido por su truchada no nos hubiéramos
sacado de encima a la bandita del gordo, que tanto mal le hacía al clú.
Después
la prensa cipaya se encargó de desvirtuar lo sucedido. Tiraron mentiras a
diestra y siniestra; dijeron que nosotros sabíamos que el gringo no era gringo;
que Tornich no valía un millón de dólares; que el clú no tenía esa plata y que
la había puesto un cogotudo para blanquear sus ingresos. Llegaron a decir, los
irresponsables, que parte de esa guita fue usada para armarnos y que nosotros
–mirá lo que dijeron- formamos una especie de guardia imperial del cogotudo.
Fijate hasta donde llegaron, decime con que cara miro a mis hijos; son unos
irresponsables, está bien que algunas veces que él no los pidió, le dimos una
mano; pero de ahí a que somos sus matones, es mucho, es mucho.
Ahora,
como te digo una cosa, te digo la otra, también, eh. El gordo tenía los días
contados y Tornich fue la excusa perfecta, nos vino como anillo al dedo.
Después para él se aclaró todo, nunca mintió ni había fraguado su partida de
nacimiento. Pero el fútbol tiene esas cosas: a veces hay que sacrificarse por
el clú.
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