-Se acuerda, Golber, de
Pendino.
-¡¿Pendino?! El linyera Pendino
del barrio República de la Sexta. ¿Cómo no me voy a acordar?
-¡Ese mismo! El otro día
pensaba en él. ¡Pobre tipo! Murió sin pena ni gloria.
-Y que pretende, amigo; el linyera
muere como linyera, sin pena ni gloria.
-No, Golber. Pendino fue
distinto. Fue un precursor; tuvo la mala leche de haber nacido y vivido en el
siglo equivocado.
-Bueno. Tampoco es una tragedia
histórica. Si mal no recuerdo falleció allá por los noventa del siglo
pasado. Si no me equivoco sus últimos días los pasó en la estancia de su
hermano y tengo entendido que su hermano lo apreciaba mucho y nunca le hacía
faltar nada.
-Por todo eso digo que tuvo
mala suerte, Golber.
-Explíquese, amigo, porque no
le entiendo un corno y estoy a punto de enviarlo a ese lugar habilitado por la teoríadel derecho humano no escrito.
-No sé cuál es esa teoría,
Profesor; pero lo que yo le digo es serio. Escúcheme bien usted que siempre
está atento a todas estas cosas…
-Mire –lo interrumpí- que yo no
llevo ningún registro de linyeras muertos…
-No sea tonto, Golber. Lo que
digo es que Pendino no tuvo suerte con el contexto
social/político/histórico/cultural/económico/etc. que le tocó vivir (en
realidad no tuvo suerte con nada, el pobre). De alguna manera él se manejó
siempre por fuera del sistema: comía cuando tenía hambre (no a las horas
indicadas para lastrar); dormía cuando le daba sueño (sin importar si era el
día o la noche); jamás un bondi, menos un taxi; nunca le importó la ropa (se
vestía con el descarte o con lo que le regalaban los vecinos); si se bañaba lo
hacía con agua exclusivamente; nunca un dentífrico, menos un remedio; no tenía
radio, televisión (los diarios los leía parado en el kiosco de diarios o
algunos varios días después); tanto el carnicero como el verdulero le regalaban
mercadería que ellos no podían vender. Y vivía, Golber, vivía…
-Nunca dije lo contrario, mi
estimado amigo. Pero sigo sin entender eso del anacronismo del pobre Pendino.
-Sencillo: para quienes lo
conocimos, Pendino, era un pobre tipo abandonado a su suerte; nos daba
lástima y por eso le dábamos una mano, lo ayudábamos con lo que tuviéramos a
nuestro alcance. ¿Quién no lo ha cobijado cuando lo encontró durmiendo en un
umbral?
-Pero Pendino tenía su casa que
por lo que sé su hermano se encargaba de mantenerla habitable.
-Todos tienen siempre un
palenque donde rascarse. A Pendino le gustaba su estilo de vida. Tal vez haya
sido una elección voluntaria o quizás haya sido ese tipo de elecciones
gremiales donde hay una sola lista. No sé; pero él era feliz y siempre decía
que la vida y la naturaleza le proporcionaban todo lo que necesitaba. Sin
embargo, nosotros nos acomplejábamos ante él y solo atinábamos a decir: “que increíble,
como puede un hombre abandonarse tanto.” Y sabe por qué, Golber.
-Hace una hora que intento
decirle que no sé que me quiere decir.
-Golber, Pendino fue linyera
porque no se sacó fotos de su estilo de vida, ni tampoco existía facebook para
que el mundo lo conociera y conociera su forma de vida. Hoy sería un ilustre,
sería un freegano.
-¡Entiendo! Ahora le va
poniendo un poco de claridad a su discurso. Usted está reivindicando el
linyerismo.
-Yo no. El freeganismo, sí.
Aunque tienen ciertas contradicciones. Pendino vivía totalmente fuera del
sistema de consumo; es más, me atrevería a decir que el sistema se encargó de
dejarlo afuera. Pero estos muchachos basan su linyerismo en las cuentas de facebook
y eso, en sí, ¿ya no es una contradicción? Subir tu harapienta vida a tu muro
te convierte en freegano, de lo contrario sos el vagabundo de la esquina. Si
sos freegano, los medios te hacen una nota; si sos el vagabundo, la cana te
mete preso. ¿Entiende, Golber?
-Entiendo perfectamente, pero
tampoco es para tomarlo tan a la tremenda. Mire, hace unos días una amiga a la
que conozco solamente mediante logaritmos de enlaces a su link me cuenta
que en la edad de bronce ya existía un tipo de red social de intercomunicación.
Las pinturas rupestres no eran otra cosa que el comentario que se dejaba a los
que venían atrás.
No hay nada nuevo bajo el sol, amigo.
Solamente hay que saber sacar la paja del trigo.
Un beso en la frente.