Hace
unos días atrás recibo un mail que me invita a unirme a la celebración nacional
del día del boludo. Considerándome un boludo de la primera hora –soy de
los que ve un pedestal y se sube- me invadió la emoción al saber que podía
juntarme en una celebración con otros como yo que andan por ahí sujetos al
suelo gracias a esas dos grandes gónadas que nos sirven de contrapeso. Es más;
fantaseé con una comunidad internacional (porque hay boludos en todas partes y
de todas las lenguas) en donde pudiéramos intercambiar experiencias boludescas
y hasta redactar un manifiesto del boludo que nos permitiera el reconocimiento
de la autoridad como un grupo más de la diversidad cultural existente.
Pero
no. Me decepcioné. En realidad es que es tan fuerte mi sentido de pertenencia,
que fui un nabo esperando otra cosa.
Sucede
que, cuando me adentro en el mundo virtual de la invitación, me encuentro con
que la celebración está sectorizada a la política.
No
es que no esté de acuerdo, al contrario (y viceversa); pero creí que la
referencia grupal estaba dirigida a como nos tratamos de boludos en el día a
día, los unos a los otros. Porque, digo, que el político o los gobiernos nos
tomen para la chacota o nos traten de tarados, resulta una verdad de Perogrullo.
Ellos no son extraterrestres que han sido insertados en el mundo para dirigir
nuestros designios. No, muchachos y muchachas, son hombres y mujeres de carne y
hueso como vos y como yo. Han nacido y se han criado en el mismo lugar donde he
nacido y me he criado yo. Tal como a mí se me dio por escribir; al Hacha
Giménez por el fútbol, al otro se le dio por la política.
Y
este es el tema. Veamos un poco la cosa.
Entro
a la zapatería. Dos empleadas charlando entre sí y yo dando vueltas por el
local mirando los modelos de zapatos. Las chicas seguían hablando. Quince
minutos; veinte; treinta minutos. Me estaba masajeando las piernas por el
calambre que me había agarrado, cuando de pronto una señora que sale de un
recinto interior, me dice: “necesita algún zapato, señor”. Tuve ganas de decir
¡No. Un kilo de tomate, necesito! (es obvio lo que uno puede pretender en una
zapatería), pero me di vueltas y miré para todos lados buscando a alguien más. La
miré con cara de incrédulo. “Si a usted le digo, ¿necesita zapatos?, insistió
la señora. Perdón, señora, creí que el deseo de tener súper poderes que pedí
cuando cumplí diez años se me había hecho realidad y ya era el hombre invisible hecho y derecho, porque hace treinta minutos que estoy esperando
que me atiendan. Las chicas seguían hablando. ¿Ustedes creen que me pidió
disculpas o que al menos hizo la pantomima de reprender a las empleadas? No. Me
dijo que yo era un impaciente y me sentí un boludo por hacer una crítica
chistosa, para no ofender.
Salí
con mis zapatitos y entre en el kiosco de al lado para comprar cigarrillos que
cuestan $ 4,75. Pagué con $ 5. “¿Le puedo dar caramelos por los veinticinco
centavos?” Por favor, faltaba más, contesté. Y me di cuenta que sí, faltaba
más; faltaba más de $ 1.000.000 en mi haber que desperdigué en mi vida de
consumo frente a todo aquel que debía darme el vuelto (el taxista que te dice
“Don le debo los veinte”; el supermercado que te obliga a donar, andá a saber
para que fundación, los diez centavos que no tiene para devolverte; el
comerciante que redondea para arriba; etc.) Entiendo que el cambio es un
problema, pero no pagué con $ 100 –que también hay de esos clientes, ojo- ¿No
sería bueno UN cambio y no ser yo el boludo que siempre pierde?
Lo
único que me quedaba en mi itinerario de compras era pasar por la ferretería y
adquirir una pala de nieve; es que vivo en una zona del planeta (Ushuaia)
en donde suele ser muy común que nieve y por esos días había nevado. “¡Nooo!”,
me dice el ferretero con expresión de asombro, algarabía y sarcasmo por mi
pedido; “¡se vendieron todas!”; “¡y, con esta nevada, ¿Qué quiere usted?!” Eso
quiero, una pala de nieve. Pero bueno, solo a un boludo como a mí se le puede
ocurrir que la ferretería tenga stock de una herramienta tan indispensable en
este lugar del mundo.
-Y,
bueno -me dijo, resignado, un filósofo amigo al que suelo consultar porque vive
cerca de mi casa-. Deberíamos exigir el reconocimiento de ese derecho humano no
escrito y que por tal motivo no deja ser menos importante: “el derecho humano
de mandar todo a la mier…(coles).”
Iniciando
el camino de reivindicación que él sugería, hice uso del derecho que me acababa
de argumentar y lo mandé ahí mismo.
Está bien que festejemos un día
del boludo para que le resuene en la cara al político. Pero estaría mucho mejor
que festejemos un mismo día contra todas esas actitudes de maltrato ciudadano
que recibimos a diario.
Ojo, que el político que nos
ofende en nuestra integridad cuando hace una defensa corporativa de sus pares,
no fue antes ni más ni menos que esa señora que no se inmutó por mi espera de
treinta minutos; aquel otro que es corrupto, que negocia su tajada no fue, sino
antes, uno de esos conciudadanos que no me da el vuelto porque no tiene
monedas; como tampoco puedo esperar que dé respuestas a las necesidades
sociales, cuando fue un ferretero que no se preocupó por tener la herramienta
tan necesaria.
Nos vemos la semana que viene,
si antes no me mató algún político.
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ResponderEliminarLo he suprimido porque no me interesan comentarios que no tengan nada que ver ni con la entrada ni con el blog. Respeto todas las religiones y por eso espero respeto hacia la mía, que es no creer. Gracias
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